Sólo cuando una vuelve a Madrid entiende que es la ciudad más bonita del mundo.
Hace falta mirarla con la curiosidad del que no la ha visto nunca, pisar sus calles por primera vez, sus mercados por primera vez, sus plazas por primera vez. Hay que pararse a escuchar a los músicos de la calle y hacer fotos a todas las cosas, fundirse en la atmósfera a propósito, querer ser una de esas personas que hablan muy alto en alguna terraza de una calle amarilla y estrecha, a la sombra de las flores marchitas que cuelgan de los balcones.
Sólo cuando una vuelve a Madrid entiende que su espacio ya no le pertenece del todo, que ya lo ocupan otros.
Volver a Madrid es deambular por el pasado siendo otra, es recordarse en todas las cosas y sentirse tan de ahí y tan de otro lado, un fantasma intruso que camina nostálgico entre los vivos como si quisiera aferrarse a un concepto y ser y sentir como ellos. Pero ya no. No así.
Volver a Madrid es tocar, oler, sentir de otra manera. Nada pasa ya desapercibido porque todo recuerda a algo.
En Madrid los pies pesan más que de costumbre, como si la gravedad tuviese la capacidad de reconocer a cada uno de sus habitantes que vuelve para rellenar momentáneamente su ausencia y quisiera atraparnos con su peso con el fin de imprimirnos en ella de vuelta. Y la vida parece más real, y los momentos duran el doble, y todo lo que dejamos atrás (la familia, los amigos, el tiempo que ha pasado) parece perder un poco el polvo.
Y es que volver a Madrid es ser esa astronauta que regresa a casa después de una misión de tres meses y descubre que por las vidas de los otros han pasado tres años. Es aprender que la vida en la ciudad continúa sin ti y que no basta con volver a ella; hay que visitar, también, y más a menudo, las historias de los que allí dejamos. De todos modos nos quieren tanto.
Madrid es descanso, cobijo, toma de tierra, el recordatorio necesario de que la vida era feliz cuando no nos dábamos cuenta.
Y una no sabe si retrocede o avanza, si se alimenta o se refugia de una misma cuando vuelve a Madrid.
Lo cierto es que volver es como despertar de un sueño muy nítido de golpe, con su poquito de confusión incluido, ese trance en el que resulta imposible diferenciar qué fue real y qué no y ambos mundos se entremezclan un poco, y una se sorprende diciendo “Sorry” a todas las personas con las que se choca en el aeropuerto, o “Hi” al entrar en cualquier tienda, y se avergüenza.
Y sólo cuando una vuelve a Madrid entiende que no ha entendido nada.
Habrá que volver a irse, volver a volver, y repetirlo todo de nuevo.
Irse sin irse, volver sin volver, ignorando que el tiempo nos cambia, y que quizá un día sea la ciudad misma la que ya no entienda ni quiénes somos, ni por qué volvimos.
Amo "Y la vida parece más real, y los momentos duran el doble, y todo lo que dejamos atrás (la familia, los amigos, el tiempo que ha pasado) parece perder un poco el polvo."
Wow. Gracias por compartir un pedazo de Madrid con nosotros